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jueves, 1 de octubre de 2009
DECIRTE ADIÓS
DECIRTE ADIÓS
La penúltima mirada de mi extraviado septiembre
de seguro será para tí…...
Pero nunca me averigües del todo, te pido, cariño
No he querido alimentarte con los calostros enrarecidos
de hambrientas mañanas que al amanecer se amamantan
con las agriadas leches del odio
Decirte adiós será la doblez angustiada
de mi lengua bífida y bilingüe
devorando ambigua con sus gritos maledicientes
el tiempo envanecido de un rezo impotente
sublimemente callado
Decirte adiós será ese matarse despiadado
como de un fulminante bombardear
que agotó la belicosidad de su fuego caliente
para lloverse como metrallas heladas
sobre mis pechos nutrientes sin ángel
Horfandad alevosa y suicida de mi muerte
más sediciosa y más víuda
Porque el dolor del adivinarte sufriendo
arrancará de mi corazón sin justicia sin ley ni miramiento
mi propiedad de mujer pública y privada
en donde quise cimentarnos unidos
con la paz entretejida en mis mudanzas de nido
Porque ya sólo me queda para esta improbable labranza
una insuficiente y solitaria semilla de dignidad
Y no poseo ni el orgullo ni el valor necesarios
para sembrarla entre tantas fértiles llagas
( ausencia tenaz y baldía de regadíos antibióticos, la nuestra,
que combatan a tiempo la infectación de mi abatido cuerpo sin alma)
Mas si la vida se hubiera comportado conmigo
con la naturalidad benevolente del no ajusticiante prejuicio
se hubiera evitado este lenguaje de entierros
dialogando con la palabra muerte desigualitaria e infanticida
Decirte adiós es hoy
el renacer polivalente del todo,
deshabitándose y sucumbiendo entre desalojos,
frente a la residencia habitual de mi nada
Entre acuciantes privaciones y vaciedades
muere mi tentativa de familia truncada
sin filo de bisturí caritativo que acariciando palíe
el dolor aberrante e infame por esta cuchillada sin cuchillo
Te dejo bien abrigado en esta calle privada
donde los día más desgraciados
son las ausentadas alegrías de mis festividades soñadas
Decirte adiós es la conclusión claramente aseverada
de que la limosna absolutiva con la que el cielo ha decidido pagarme
es el infierno más relativo, a la obligatoriedad caritativa,
del tener sin más contemplaciones que abandonarte
Decirte adiós,
como imperiosa subida que se yergue ante mí
inescalable y altiva
sin esperanzas panorámicas de contemplar
algún que otro nuevo paisaje
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